Revista PODIUM, mayo-agosto 2017; 12(2):167-171
Atenas 1896: Comienzan los Juegos
Athens 1896: The games start
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga1, Ania Teresa Cordero González2
1Profesor Titular. Universidad Pinar del Río "Hermanos Saíz Montes de Oca". Facultad de Cultura Física.
2Departamento de Ciencias Aplicadas. Universidad de Pinar del Río "Hermanos Saíz Montes de Oca". Correo electrónico: cordero@upr.edu.cu
Recibido: 5 de abril de 2017.
Aprobado: 5 de mayo de 2017.
"Dejando un resquicio a la esperanza"
Pierre de Coubertin
Es imposible analizar el Olimpismo Moderno sin profundizar en la historia universal, pues en ese fenómeno se han precipitado acontecimientos derivados del desarrollo de la ciencia y la técnica, que sirvieron de escalón primario y fuente directa de los Juegos de las Olimpiadas Modernas.
Las competencias han estado signadas por confrontaciones bélicas e ideológicas que afectan, de una forma u otra, su buen desenvolvimiento. La Primera Guerra Mundial (1914-1919) provocó un retroceso en los postulados originales, todo lo contrario a lo que sucedía con los griegos antiguos y sus treguas sagradas, capaces de detener las guerras para competir. Bello y enaltecedor sistema prioritario.
Los Juegos de 1916, otorgados a Berlín, no se efectuaron, tampoco los de 1940 y 1944, por la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Duro golpe al Olimpismo. Los hubo de 1896 a 1912, espacio de tiempo donde surgirían las principales organizaciones deportivas internacionales y se destacarían numerosos atletas. No obstante, el sueño de Coubertin y sus colaboradores se había convertido en realidad, pues a pesar de las marcadas diferencias entre ricos y pobres, al amparo del rígido amateurismo inglés, el deporte olímpico fue un hecho.
En una importante y justiciera decisión, se le concedió el honor de iniciar la primera Olimpiada Moderna y sus Juegos, a Atenas, la capital griega, en 1896. En la antigüedad se celebraban en la ciudad de Olimpia, pero esta se encontraba en ruinas por el paso del tiempo, la Naturaleza y de los hombres. Fue en 1851 cuando el francés Ernest Curtius descubrió, al frente de un equipo de arqueólogos, las ruinas del mítico lugar.
Atenas fue la capital del Ática y la ciudad más importante de la Grecia antigua. Fundada originalmente sobre la colina de la Acrópolis, se extendió luego por la base de la antigua fortaleza, para convertirse en cuna de la civilización moderna, con sus conquistas filosóficas, geológicas, culturales, democráticas y de todas las esferas abarcables en aquel entonces, con el deporte a la cabeza.
La mitología griega marcó un hito en la historia de la humanidad, cantada por Homero en sus imprescindibles La Ilíada y La Odisea. En la actualidad, Grecia constituye un país miembro de la Unión Europea, aunque con uno de los ingresos per cápita más bajos del Viejo Continente y un desarrollo económico inferior al de otras potencias occidentales. Con más de tres millones de habitantes, lucha por conservar el orgullo de su leyenda.
Así, la tarde del 6 de abril de 1896 pasó a la historia por la inauguración de los Juegos Olímpicos Modernos. La gran cita estuvo restringida a pocos países, pero iluminó con fuerza propia. Después que el rey Jorge de Grecia declarara abiertos los Juegos, Coubertin, héroe indiscutible de la odisea, fijó para la posteridad los objetivos de las Olimpiadas.
“Mantengo la convicción de que los Juegos deben servir al mundo como sirvieron a la Grecia Antigua, para borrar las diferencias de razas, religión y política... que deben unir a los pueblos de los cinco continentes de igual forma que unió a argivos y mesenios; a espartanos y atenienses. Unidos todos por el deporte; compitiendo todos por la grandeza de la humanidad.” (De Navacelle, 1979, p.19).
A los primeros Juegos asistieron trece países: once europeos, más Estados Unidos y Australia. Participaron 285 atletas, de ellos 180 griegos. Al remozado estadio Panathinaiko asistieron 80 mil personas, que le darían el necesario espaldarazo. Majestuoso y viril, con desbordante entusiasmo, la instalación no poseía las condiciones de hoy. La pista, de arcilla y cenizas; por apego a la tradición griega, Coubertin no permitió la participación de las mujeres.
El Barón no era Presidente del COI, pero en la inauguración se le destinó un asiento con letras de oro.
“El soñado día de la inauguración, en Atenas, quedó marcado el 6 de abril de 1896 (marzo 25, en el Calendario Juliano, utilizado entonces en Grecia). Estuvieron presentes 295 atletas en representación de 13 países, aunque es bueno mencionar que en la reunión de París un total de 34 comprometieron su asistencia. Tanto para Coubertin, como para los miembros del Comité Olímpico Internacional, lo más importante no era eso, sino el hecho de tener la oportunidad, junto a cerca de 80 mil atenienses, de presentar la resurrección del ideal olímpico, luego del prolongado receso de 1 500 años.” (Alfonso, 1992, p. 28).
Se compitió en ocho disciplinas: atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia, levantamiento de pesas, lucha grecorromana, natación y tiro. Se suspendieron, debido al mal tiempo, las competencias de remos y velas. Muchos años antes, esas disciplinas habían sido reglamentadas por el clérigo protestante inglés Thomas Arnold, en el colegio de Rugby, Inglaterra.
No se entregaron medallas de oro. Para el primer lugar, una de plata y corona de laurel (recordando los viejos tiempos), así como medalla de bronce y corona de laurel para los segundos lugares.
Norteamericanos, griegos, alemanes, franceses, ingleses, húngaros, austríacos, australianos, daneses y suizos, fueron los primeros medallistas. Esta edición fue ganada por los Estados Unidos, con 11 primeros lugares y coronas de laurel. Dato curioso: la selección estadounidense fue escogida al azar entre turistas, y otros. Grecia ocupó la segunda posición. Correspondió al norteamericano James B. Conolly, obtener el primer título de los Juegos Modernos, con marca de 13,71ms en el triple salto; sucedió el 6 de abril de 1896.
El país anfitrión estuvo de fiesta, pero algo parecía escurrírseles: sin medallas en el atletismo. Fue así que el último día de competencias, a estadio repleto, cuando esperaban por la llegada de los corredores de la maratón, a lo lejos divisaron la figura del panadero-pastor Spiridon Louis, quien arribó primero a la meta y con su victoria logró sostener el honor helénico. ¡La gran fiesta del pueblo!
La Maratón
Grecia siente esta competencia como algo que les pertenece, un signo vital e histórico, la reivindicación de su civilización. Muchos creen que esa disciplina se disputaba en los Juegos Olímpicos Antiguos. No es así, pero tiene una historia peculiar. La Bahía de Maratón se encuentra ubicada a unos treinta kilómetros de Atenas. Ahí desembarcaron los persas con sus tropas de tierra en el año 490 A.N.E, durante el llamado período de las Guerras Greco-Persas. Por consiguiente, el asunto que nos ocupa tuvo más un carácter épico que deportivo.
Filípides, un mensajero ateniense, tuvo la misión de comunicar a los suyos la noticia de la victoria sobre los persas, ayudados por mil soldados de Platea en la sangrienta batalla que se había librado en la bahía. Se cuenta que, agotado por el tremendo esfuerzo, así como por la emoción de ser portador de tan significativa noticia, una vez culminada la misión cayó desplomado para siempre.
Resultaría un hecho heroico que los griegos no podrán olvidar yno vacilaron en incorporarla como una prueba olímpica del atletismo. Por consiguiente, la maratón es hija de los Juegos Modernos. En Atenas 1896, nació deportivamente. Su inclusión fue propuesta por Michel Brea, un científico historiador de La Sorbona y amigo personal de Coubertin, con el propósito de honrar la hazaña del soldado Feidípides (Filípides).
La distancia oficial, 42 195 metros, se realizó por primera vez en los Juegos de la Olimpiada de Londres 1908. En esa ocasión la carrera comenzó desde el Castillo de Windsor. Los miembros de la familia real quisieron verla desde el balcón. Desde ese lugar, hasta la meta, en el estadio White City, hay 42 195 metros. La distancia se oficializó en 1924, en los Juegos de la Olimpiada de París. En Estocolmo 1912 se corrieron 42 200 m. y en 1920, en Amberes, 42 750 m.
La Copa entregada a Spiridon Louis en 1896 fue donada por un estrecho colaborador de Coubertin. El propio rey Jorge de Grecia, se la entregó. Se repitió la historia, el vencedor de la maratón rememoró a los antiguos olimpionikes (campeones olímpicos) y fue pensionado para vivir durante varios años, por orden del Rey, en el mejor hotel de Atenas. Coubertin quedó gratamente impresionado por el acontecimiento:
“Los griegos tenían pocos corredores. Ninguno de nosotros sospechaba tan siquiera que el vencedor sería uno de los suyos y, sobre todo, un ‘improvisado’. Spiridion Louys era un magnífico pastor vestido con la falda popular griega, e ignorante de todas las prácticas del científico. Se preparó con el ayuno y la oración, y según se afirmaba, pasó la última noche frente a los íconos, entre la luz mortecina de los cirios. Su victoria fue magnífica de fuerza y simplicidad. A la entrada del estadio, donde se apiñaban más de sesenta mil espectadores, presentóse sin agotamiento, y cuando los príncipes Constantino y Jorge, en un gesto espontáneo, le tomaron en sus brazos para llevarle hasta el Rey, de pie en su trono de mármol, pareció que toda la antigüedad helénica entraba con él. Se elevó del recinto un rugido indescriptible de aclamaciones. Fue uno de los espectáculos más extraordinarios que recuerdo, y conservaré su impronta, porque desde entonces estoy persuadido de que las fuerzas psíquicas juegan en deporte un papel mucho más efectivo del que se les atribuye.” (Yáñez, 1997, p.45).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Yáñez A, (1997) Curiosidades del deporte. Editorial Gente Nueva. La Habana, p. 45.